A los dieciséis años, a punto de cumplir diecisiete, ya no era tan niña. Comencé a experimentarlo con la anorexia. La imagen que veía en el espejo no me agradaba. En aquel entonces, muchas personas no le daban mucha importancia a eso. Decían que había que darle unos golpes y listo. Sin embargo, no se daban cuenta de cómo me sentía, al menos en mi caso. Yo era consciente de que no quería verme así en el espejo. Así que comencé a cuidar de mí misma. Fui a hacer dieta. Luego llegué a un peso muy bajo, extremadamente bajo. A pesar de mi estatura, pesaba cerca de treinta y seis kilos.
Después comenzó la siguiente enfermedad, que era la bulimia. Vomitaba el desayuno, no cenaba y comía lo que fuera. Si comía un helado, me causaba ansiedad. Era una ansiedad abrumadora relacionada con el comer, porque traté muy mal a mi cuerpo al no alimentarlo. Después deseaba comer y terminaba induciendo el vómito, a tal punto que en varias ocasiones expulsé sangre. La sangre, sangre, y hasta que no expurgaba lo último que había consumido, simplemente no podía sentirme tranquila. Eso también me llevaba a niveles de depresión, ya que no quería ser así, no quería engordar. Mi mente se llenaba de pensamientos negativos, perjudicando mi autoestima; quería verme más delgada, deseaba recibir miradas diferentes, no quería que me viesen por estar gorda, o que al no quedarme bien la ropa, la gente me mirara mal. Y uno se va afectando mentalmente. Una tía nos invitó a la iglesia porque mi hermana estaba gravemente enferma, padecía prácticamente de leucemia.
La llevábamos al hospital en la noche, pues vomitaba sangre por la nariz y la boca; el estado físico de mi hermana era extremadamente delgado y padecía de anemia, su piel era amarillenta. Por lo que esta tía nos llevó a una iglesia que le gustó, y aquel momento decidimos participar en la cadena de oración de la Santísima Trinidad, los martes, viernes y domingos, y nos gustó. Realmente llevamos a cabo esa cadena, y mi hermana, gracias a Dios, fue verdaderamente transformada y sanada. Ya le hacían chequeos médicos y los doctores afirmaban que estaba mejorando, que iba por buen camino, y que debía seguir así. De verdad, llegó un momento donde mi hermana fue completamente curada, y luego estuvo asistiendo a la iglesia, donde escuchaba predicas acerca del bautismo en agua, y sobre cómo tener un encuentro con Dios. Comprendió que el primer paso era el bautismo. Hasta que finalmente decidí bautizarme.
Quería, a pesar de mi corta edad, buscar un cambio en mi vida espiritual. Estaba convencida de que al cambiar mi vida espiritual, todo lo demás vendría después. La enfermedad fue solo una etapa que desapareció. Fui totalmente sana, y mi vida dio un giro radical. Puedo afirmar que mi vida se transformó, así como la de mi familia, y mi situación económica mejoró. En mi empleo tengo un negocio propio además de mi trabajo en una empresa, y mi situación económica es buena. Realmente Dios ha hecho justicia en mi vida y sé que continuará haciéndolo.
