Estuve en una familia muy desordenada y conflictiva, donde había peleas y maltrato. Crecí sintiéndome asustada, insegura y llena de complejos porque no tenía la presencia de mi mamá ni de mi papá, quien ya tenía otra familia. Tras la muerte de mi abuela, regresé con mi madre, que tenía un carácter similar al de ella. En casa no había cariño ni apoyo, solo regaños e imposiciones.
A los 13 años conocí a un chico que me gustaba mucho. Pronto empezamos a vivir juntos y me quedé embarazada. Sin embargo, mi vida se volvió aún peor. Descubrí que él se iba de borracho durante largos períodos y yo solo sufría. Estuve así durante 12 años, siempre pensando en mi hijo y sintiéndome atrapada, depende de él y de la situación.
Un día, vi una foto de él con otra mujer en mi casa y supe que ya no podía soportar más. Decidí irme, aunque eso significara quedarme sin nada ni mi hijo. Me sentía inmoral y sin valor, llena de desesperación. Comencé a salir mucho con nuevas amistades y entrar en un ciclo de alcoholismo que me llevó a la depresión. Lloraba todos los días y quería morir.
Un día, en el trabajo, conocí a alguien que me invitó a la iglesia. Fui un domingo y el pastor habló sobre familias con problemas. Hice una oración pidiendo por una familia, queriendo sanar mi vida y volver a ser feliz. El pastor dijo que para tener una familia feliz, hay que tener el Espíritu Santo. Sin pensarlo mucho, decidí bautizarme. Fue un momento decisivo.
Comencé a cambiar los hábitos negativos aprendidos desde pequeña. Aunque no fue fácil, puse todo mi esfuerzo en mejorar. El día que recibí el Espíritu Santo, el 28 de agosto de 2020, fue el mejor de mi vida. Después de prepararme en ayuno y oración, sentí que, aunque estaba vacía, ahora me sentía completa y segura.
Desde ese momento, cambié. Superé mi matrimonio fallido, la depresión y todos mis traumas. Ahora solo siento amor en mí: amor por mi esposo, amor por mis hijos y amor propio, por fin recuperé el amor por mí misma. Estoy completamente feliz, soy la mujer más feliz del mundo.
