“Por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia.” (2 Pedro 1:4)
Estas grandísimas y preciosas promesas son las Palabras que Dios nos ha prometido; y es una garantía que nos ha dejado de lo que se ha comprometido a hacer por nosotros.
Mediante estas Palabras, garantizó que nos haría partícipes de su Naturaleza, es decir, que nos haría semejantes a Él
en esencia, carácter y espíritu. Esta es la autoridad de un hijo de Dios, la bendición dada a Abraham, que él transmitió a Isaac, e Isaac a Jacob; y que, por medio del Señor Jesús, ha
llegado a nosotros.
El significado práctico de esto es que, mediante la verdadera fe en el Señor Jesús, somos hechos hijos de Dios y podemos llamarlo Padre, contando con Él como nuestro Padre Presente y Todopoderoso, que nunca ha fallado a
ninguno de Sus hijos.
Dios es Padre y quiere tener hijos nacidos de Él. Los hijos de Dios no nacen del vientre de una mujer, ni de ninguna religión, sino de Su Palabra.
La Palabra de Dios, cuando es aceptada en la mente humana y sometida a ella, genera en ese ser un hijo para Dios.
“Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.” (Juan
1:12-13)
Recuerda esto cuando estés desesperado, angustiado, necesitando ayuda, tú, como hijo, tienes el derecho de llamarlo Padre y contar con Él. Esta es la bendición de Abraham, la bendición de las bendiciones: nacer de Dios y
tener su naturaleza.
¿Has aceptado la Palabra de Dios en tu mente o aún te resistes a ella con dudas?




